miércoles, 1 de octubre de 2008

Aquella tarde.

Una tarde de primavera
donde el sol no brillaba,
cojí del armario mi abrigo
y me fuí al campo
por el camino donde más
flores y pájaros había.
Sentado allí en un banco, leí
un poema de un gran libro de literatura.
En el decía que "el paisaje más bellos
había que sentirlos como
un abrazo del ser amado".

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